Hace varios años, una agencia de publicidad regaló cien viajes gratuitos a cualquier destino al que quisieran ir los ganadores. Esto significaba que los afortunados ganadores podían viajar a París para ver la Torre Eiffel o tomar un avión a Australia para escalar la Ayers Rock o descansar en las playas de una isla caribeña. Y ¿sabes qué? El noventa y cinco por ciento de los ganadores eligió un destino a cuatro horas de su casa. Cuatro horas.
Este es un ejemplo clásico de la condición humana. Existen muchas cosas allá afuera, pero la mayoría elegimos permanecer a cuatro horas de nuestras «zonas de confort». Nos negamos a dar nuestro brazo a torcer, incluso cuando existen evidencias más que suficientes de que nos estamos perdiendo grandes cosas. Sin tener plena conciencia de ello, pasamos la mayor parte de nuestras horas de vigilia inmersos
en la #zonadeconfort de la negatividad. El atractivo de lo negativo es tan fuerte que muchos de nosotros ocupamos todo el día saltando de una idea deprimente a otra: «De nuevo me he quedado dormida», «Esta guerra es irracional», «La economía está por los suelos», «La gasolina es carísima», «Mi jefe [o mi hijo o mi ____] me está volviendo loca». La negatividad y el temor empiezan en el momento en que nacemos: «Juanito, el mundo es un lugar temible», «No te atrevas a hablar con desconocidos», «No te atrevas a cantar en voz alta esa tonta canción en el supermercado, alguien podría oírte». Aprendemos a limitarnos. Aprendemos a creer en la escasez. Aprendemos que nuestra inclinación natural a amar, crear y bailar es una tontería y una locura.
Nuestros padres creen que su deber sagrado es enseñarnos a tener cuidado, a ser responsables y a actuar como adultos. Y si por alguna razón hemos tenido la suerte de contar con padres que no nos imparten esas lecciones, nuestra cultura nos adoctrina rápidamente para que creamos que obtener cosas materiales es nuestro propósito en la vida y que el único modo de conseguir todas esas cosas buenas es sudar la proverbial gota gorda. Para cuando llegamos a primaria, ya somos los amos de la competencia, viejos expertos en cómo vivir la vida desde una perspectiva de escasez y temor. Pero ¿sabes qué? Todo es un ardid, un mal hábito. Una vez que desarrollas un sistema de pensamiento de cualquier tipo, vives de acuerdo con él y lo enseñas a los demás. En el momento en que desarrollas una creencia, todos tus sentidos y tu energía se dirigen a protegerla. Los físicos llaman a este fenómeno el colapso de la onda. En el campo universal hay cantidades infinitas de partículas cuánticas que bailan por todas partes y se propagan en forma de ondas. En el momento en que alguien ve estas ondas de #energía, se solidifican como la gelatina en el refrigerador. Tu observación es lo que hace que parezcan sólidas, reales y materiales.
¿Recuerdas que en la película Blancanieves y los siete enanitos de Disney hay una escena donde la protagonista está llorando, recostada en el suelo del bosque? Blancanieves siente que muchos ojos la están observando. En el momento en que eleva la cabeza para mirar, todas las simpáticas avecillas, ardillas y venados se ocultan detrás de los árboles. Lo único que puede ver es el bosque sólido e inmóvil. Nuestro universo es un campo energético de #infinitasposibilidades que está en movimiento constante, pero como nuestros ojos se enfocan en los problemas, eso es lo que parece ser la realidad.
Pensamos que aquello que perciben nuestros sentidos es cierto, pero lo que seguiré repitiéndote una y otra vez es que eso es solo la mitad de una millonésima parte del uno por ciento de lo que es posible…
Gracias, Gracias, Gracias
Fuente: E2 Potencia tu Energía (Pam Grout)
Comentários